Se plasma en el alma gozo y esperanza cuando confiados nos proyectamos camino a la Casa del Señor – donde se realiza por siempre el amor- Allí se descansa de las fatigas, y se puede tener ese dialogo íntimo, dulce, claro. Decirle al Señor cuánto lo amamos. Platicarle de nuestras debilidades, necesidades, de nuestra soledad interior al creernos por ilusión separados de El. En fin una mezcla de sentimientos que se desbordan por la vibración que propicia el amor. Ahora bien, ¿Cómo podemos llegar ese momento…? Se logra cuando nos hacemos como niños, y contagiamos el mundo, Cuando nos permitimos auxiliar al hermano que sufre; desbordando la infantil y alegre risa con un corazón limpio. Transformados los sentimientos con amor. Respetando la intimidad, armonía y belleza de la naturaleza; y con ello pedirle perdón por las violaciones que le hacemos a sus leyes, y que en ignorancia hemos cometido. Asimismo, cuando nos asistimos con el conocimiento, y con disciplinas nos separamos del egoísmo y del poder de la codicia, que tantas veces daña sin reparo al entorno y a nosotros mismos.
A todo esto agregamos en importancia, cuando nos hacemos conscientes, que a voluntad nuestra no podemos añadir un codo a la estatura, y que estamos sujetos a leyes, las que debemos cumplir para mantener una fraternal convivencia: “amándonos todos y sirviendo a todos…”
¡Mi Señor! ¡Mi Dios! ligera de equipaje transito camino a tu Casa; y recogiendo flores del camino las deshojo, y ese jugar con pétalos digo: ¿me quieres? Te quiero ¿me amas? Te amo; y sin apenas darme cuenta llego a ti, desnuda de los placeres- dolores, con vida y sin muerte y descubrí con divino gozo ¡Te he realizado!
¡Vamos a la Casa del Señor!
Por Lesbia Gómez Suero
